Por Facundo Moyano* y Gabriel Merino**
*Diputado Nacional del FPV, Secretario General
de la Juventud Sindical y Sec. Gral. SUTPA
** Coord. Nacional de CONAPLA (Corriente
Nacional Popular Latinoamericana). Sociólogo, Docente e Investigador de la Universidad
Nacional de La Plata, becario CONICET.
Hoy en día existe
un fuerte debate acerca de cuál es el sujeto sobre el cual va a
sostenerse y profundizarse el proyecto nacional, popular y latinoamericano,
conducido por Cristina Fernández de Kirchner. Y particularmente, sobre quién es
el sujeto histórico de la transformación, ya que muchos sostienen confusamente
que no es más el movimiento obrero organizado y/o los trabajadores producto de
las transformaciones acaecidas en nuestra sociedad en los últimos años. Otros
señalan que el sujeto histórico es la “juventud”, embelesados por la vuelta de
los jóvenes a la política, así como en otro momento más cercano a las jornadas
de diciembre de 2001 se dijo que los “desocupados” eran el nuevo sujeto
histórico y/o los movimientos sociales. En una visión un tanto más
“integradora”, también se afirma que el sujeto histórico de la transformación
está constituido por una alianza entre “juventud”, trabajadores organizados
(sindicatos) y “movimientos sociales”.
Para definir al
sujeto histórico y al sujeto de la transformación primero hay que definir al
sujeto social, es decir, definir qué actor impuso el proyecto de sociedad en la
cual vivimos, el orden dominante que queremos transformar. En este sentido, el
proyecto financiero neoliberal tiene como sujeto a las redes financieras
globales, con sus distintas transnacionales y multinacionales. Las reformas
estructurales impulsadas por los organismos internacionales de crédito (FMI,
BM), que impulsaron las privatizaciones (no sólo de las empresas sino también
de la salud, la educación, etc.), el achicamiento al mínimo de la inversión
pública, la destrucción del entramado industrial nacional y la especialización
en la exportación de productos primarios, la apertura indiscriminada a las
importaciones, la flexibilización laboral y la fragmentación en el mundo del
trabajo, la tercerización con precarización laboral, fueron todas políticas impulsados
por el bloque de poder anglo-americano de las redes financieras globales. No
surgieron de un repollo, sino de una profunda transformación del capitalismo en
los años 60’-70’. Y fueron los cuadros económicos, políticos e
ideológicos-culturales de este sujeto social, con sus empresas, sus
fundaciones, sus tanques de pensamiento, sus organizaciones políticas, sus
medios de comunicación y sus universidades los que llevaron adelante y
condujeron este proyecto político-estratégico.
En Argentina contó
con sus aliados locales –grandes terratenientes, grupos económicos
concentrados—, y desde el golpe del 76’ hasta el 2001 se impuso como dominante,
regando de pobreza, miseria, desocupación, individualismo y fragmentación
social a partir de destrucción de los lazos de solidaridad y de los valores que
los sostienen. Es importante destacar que las alternativas construidas desde
las fracciones más débiles del régimen, como lo es el neo-desarrollismo
productivo asentado en el MERCOSUR (económico), impulsado por los grupos
económicos locales concentrados y apoyado por los europeos, tampoco resulta una
salida estratégica para los pueblos aunque coyunturalmente pueda haber
convergencias tácticas (como lo fue el rechazo del ALCA)
Desde las usinas
ideológicas del proyecto financiero neoliberal machacaron la cabeza de los
pueblos para destruir las herramientas teóricas forjadas al calor de la
práctica transformadora y, con ello, destruir la conciencia nacional y social.
Uno de los preceptos instalados desde cierto “progresismo” del proyecto
financiero global –una de cuyas principales expresiones fue la Tercera Vía de
los británicos Antony Giddens y Tony Blair— fue que los trabajadores ya no son
más el sujeto histórico y que había que pensar en otros sujetos históricos como
las minorías, los jóvenes, etc. En realidad, lo que se busca con ello es negar
la discusión por la cuestión de fondo y poner un manto de oscuridad sobre las
relaciones fundamentales del sistema social en que vivimos. Esto implica perder
el punto de partida para su transformación hacia otra sociedad en donde reine
la justica social.
En este sentido,
otro de los aspectos instalados desde ciertas corrientes “posmodernas” es
pensar las identidades políticas y los sujetos políticos de forma escindida al
lugar que los sujetos ocupan en la órbita económica-social, como si su
situación y condición social no influyera necesariamente (aunque no únicamente
ni linealmente) en sus ideas y en su constitución como actor político. Esto
implica, a su vez, no entender al sujeto partiendo desde individuo, que ese es
el punto de partida liberal, sino en tanto grupo, capa o fracción social la
cual vive y se le imponen determinadas condiciones de vida. Dicho error es tan
grande como el del punto de vista economicista
que cree que una clase social o actor social se comporta como tal,
mecánicamente, en lo político e ideológico.
Es decir, es “poco probable” que los banqueros transnacionales o los grandes
rentistas, como fracciones sociales, impulsen y desarrollen la identidad del
proyecto nacional, popular, democrático y latinoamericano de justicia social
(aunque pueda haber algún caso perdido). Tampoco es probable que lo hagan sus
“jóvenes” o los cuadros “jóvenes” que forman en términos técnicos-económicos,
políticos e ideológicos. Y, al revés, es muy posible, aunque no lineal, que los
trabajadores desocupados en los 90’ se organicen para luchar por
reivindicaciones que guardan estrecha relación con su sufrimiento por su
situación económica y social, aunque lo haga desde distintas perspectivas
ideológicas y políticas. La lucha central es por la distribución de la riqueza que
no es sólo económica (en sentido restringido).
Toda lucha de
“jóvenes”, minorías y género pueden ser resueltas e incorporadas dentro del
proyecto financiero global sin necesidad de modificar sustancialmente el
sistema de opresión sobre los pueblos de todo el orbe y las mayorías populares.
Por supuesto que todas estas luchas son centrales para democratizar las
relaciones sociales en las cuales desarrollamos nuestra vida, pero es
imprescindible que estén articuladas (y de hecho casi siempre lo están aunque
ello se niegue) en un proyecto transformador de fondo. Sólo allí pueden
resolverse de fondo. Obviamente, sin articulación y construcción de un sujeto transformador
lo que no existe es la construcción real de una alternativa popular y toda
lucha queda acotada a acciones puntuales, gremiales y sectoriales dentro de la
hegemonía neoliberal.
Por ejemplo, Gran
Bretaña es “paradigma” de inclusión en materia de derechos civiles bajo el
sistema democrático liberal. En materia de género e inclusión de minorías en
términos civiles es uno de los países más avanzados (aunque no en términos
sociales donde se ve la desigualdad de fondo). Al mismo tiempo, Londres es una
de las capitales centrales del Imperio, núcleo de proyecto financiero global
que se apropia de la riqueza producida por los pueblos, y las tropas británicas
así como sus servicios de inteligencia son parte de las guerras y operaciones
para construir un nuevo orden imperial-global en el siglo XXI.
Una vez analizada
la cuestión del sujeto social (quien impone el orden dominante hoy en crisis),
vayamos al análisis de cuál es 1-el sujeto histórico, 2-el sujeto de la
transformación en la Argentina y 3- la alianza social que hay que desarrollar
para consolidar y profundizar el Proyecto Nacional Popular y Latinoamericano.
En palabras de Cristina, qué es lo que debemos UNIR y ORGANIZAR.
En primer lugar,
cómo decíamos al principio, seguimos viviendo bajo el capitalismo, donde sigue
existiendo la relación fundamental capital-trabajo que organiza a la sociedad,
aunque el capitalismo que vivimos en la actualidad y que se impuso en los 90’,
no es el mismo que el de mediados del siglo XX. El sujeto social cambió e
impuso un nuevo proyecto de sociedad, el proyecto financiero global, y con ello
cambiaron las relaciones laborales y la forma en que se encuentran organizados
los trabajadores para la producción de lo social. Como analizaron distintos
intelectuales desde diferentes perspectivas (Castells, Rifkin, Piore y Sabel)
las relaciones de trabajo cambiaron, imponiéndose la flexibilización, la
terecerización laboral y la producción en red, bajo el soporte de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación. Algunos hasta quisieron
decretar la muerte del trabajo.
A medida que se
impusieron estas transformaciones en los distintos países del mundo, que
trajeron consigo la precarización laboral y significaron un enorme triunfo del
capital sobre el trabajo (y sobre el pequeño y mediano empresariado), se fueron
produciendo profundas modificaciones en la clase trabajadora.
Sin embargo, aunque
dichas relaciones de trabajo se flexibilicen, se vuelvan informales y se
precaricen, crezca el cuentapropismo y la contratación, lo cierto es que de una
forma o de otra, las grandes mayorías populares en la Argentina y en el mundo
están conformadas por trabajadores, que lo único que tienen para vivir es
vender su fuerza de trabajo (aunque cambien las formas de la venta en perjuicio
de los trabajadores). Y dentro de los trabajadores, la mayoría siguen siendo
asalariados. Por lo tanto, no desapareció el sujeto histórico en términos
sociales, sino que en todo caso, producto de la derrota y el retroceso desde
los años 70’ y en los 90’, lo hicieron desaparecer en términos políticos y lo
intentaron sepultar en términos teóricos, para decretar el fin de la historia.
Sin embargo, la
historia siguió su marcha. Primero desde la resistencia y luego, en ciertos
países como Argentina, construyendo nuevas alternativas, los trabajadores
volvieron a la política como protagonistas. Y dentro de ellos, el movimiento
obrero organizado –el sujeto histórico—, que en términos económicos-sociales sigue estando en el núcleo central de la
producción de la riqueza en nuestra sociedad, y se enfrenta directamente al
gran capital concentrado, que se apropia diariamente de la riqueza que el
obrero genera.
Los trabajadores volvieron
bajo nuevas formas ya que su punto de partida era otro. La clase obrera, como
fracción principal de los trabajadores por su lugar en el núcleo de la
producción de riqueza en la sociedad, sufrió modificaciones. La disminución de
la clase obrera industrial “clásica” es palpable bajo los tremendos saltos de
productividad dados al calor de la revolución tecnológica y en la revolución de
las nuevas formas de organización del capital. En la Argentina fue todavía más
drástico por la destrucción de gran parte del tejido industrial y su
especialización forzada a la producción de commodities (soja, maíz, petróleo,
gas, minerales) y algunos bienes industriales. Por otra parte, al volverse
central la logística bajo las nuevas formas de producción flexible, en red,
ciertos sectores de lo que se denomina “transporte”, ya no resulta una
actividad “exterior” de distribución en el proceso de producción sino que forma
parte del mismo proceso.
Podemos identificar
tres grandes fracciones de la clase trabajadora:
A- trabajadores técnicos y profesionales (enorme mayoría de las
habitualmente llamadas clases medias) que crecen en cantidad por el proceso de
proletarización de los profesionales y por la creciente necesidad de
trabajadores formados en nivel técnico y superior por parte de las grandes
empresas cuyos procesos productivos se complejizan; en Argentina suman
alrededor de una cuarta parte de los trabajadores.
B- trabajadores operarios, obreros y parte de los llamados “empleados”,
que se encuentran con trabajos formales, lo que históricamente constituye el
movimiento obrero y que en Argentina hoy constituyen un poco más de los dos
quintos de los trabajadores.
C- trabajadores obreros informales, subocupados, precarizados y
desocupados estructurales, contenidos en gran medida por ese 34% de
trabajadores en negro, que crecieron enormemente con la imposición del proyecto
financiero neoliberal y las nuevas formas de organización de la producción. Con
ello se partió al movimiento obrero organizado, ya que eran parte del mismo,
pero su situación y condición los vuelve en la realidad otra fracción. Es
importante señalar que en Argentina, con el proceso de crecimiento económico y
re-industrialización de los últimos años, esta fracción tiende a decrecer e
incorporarse como obreros pero no a desaparecer. Llegamos a un cuello de
botella dado por las nuevas formas de organización de la producción y del
trabajo por parte del gran capital. Para cambiarlo es necesario abrir una nueva
etapa de profundización en el proceso político-social.
Con este proceso de
transformación de las relaciones de trabajo conducido por las redes financieras
globales y seguido por el conjunto de grupos económicos concentrados, se heterogeneizó y fragmentó a la clase
trabajadora, y sufrió un duro golpe el movimiento obrero organizado. Sin
embargo, en Argentina los dos grandes sectores en que quedó dividido el
movimiento obrero, a medida que comenzaron a construir nuevas expresiones
organizativas, con conducciones que expresaban los intereses y nuevos desafíos
de los trabajadores, fueron las protagonistas centrales de la resistencia y
lucha contra el neoliberalismo. La fracción más golpeada organizada como
movimiento de desocupados y/o organizaciones sociales, cuya dirigencia provenía
en su mayor parte de la experiencia militante gremial, y la fracción aun
incluída formalmente en el sistema aunque fuertemente golpeada organizada como
MTA. A ello debemos sumar la CTA, mayormente compuesta de trabajadores técnicos
y profesionales como docentes, administrativos con formación técnica, lo que
quedaba de obreros de las industrias estratégicas estatales en proceso de
desmantelamiento y algunos gremios industriales como el neumático. Además,
debemos agregar dentro de esta fracción de técnicos y profesionales, de “capas
medias”, de pequeña burguesía profesional, al movimiento estudiantil y, en
términos más amplios, lo que algunos denominan como “juventud”.
Aquí se configura
el sujeto de la trasformación. El movimiento obrero organizado en tanto sujeto
histórico, no puede sólo, sino que debe constituir una unidad estratégica con
el conjunto de los trabajadores, con el conjunto de las fracciones mencionadas,
rearticulando la fuerza de las mayorías trabajadoras, expresadas en un proyecto
y en un liderazgo. Esto es lo central a unir y organizar para garantizar la
consolidación y profundización del proyecto nacional popular latinoamericano de
los trabajadores, el proyecto estratégico de justicia social.
Quienes definen el
sujeto de la transformación en “trabajadores, movimientos sociales y juventud”
en realidad se refieren en gran medida a la forma bajo la que aparece moviéndose
el sujeto de la transformación. Sin embargo, no debe perderse de vista, que en
realidad se trata fundamentalmente de tres fracciones de los trabajadores. O
acaso qué es la juventud? El movimiento obrero organizado y las organizaciones
sociales de desocupados y trabajadores informales y pauperizados, acaso no se
componen también de sectores juveniles? En
realidad, así como lo plantean, de forma separada al MOO y a las organizaciones
sociales, la juventud refiere a juventud de sectores medios. Por otra parte, así
planteado, en esos tres grandes sectores, la forma impide ver el fondo y puede
actuar como dispositivo divisorio. El fondo es que son todos trabajadores, con
intereses estratégicos comunes.
La batalla cultural
es central para unir y organizar lo que se encuentra dividido, aunque en
proceso de rearticulación. De ahí la importancia de discutir el sujeto de la
transformación y de debatir los ejes que dividen a los trabajadores y al
conjunto del campo del pueblo, en el camino de la unidad de concepción. Sólo de
dicha división y haciendo luchar entre sí a las partes que componen el
movimiento nacional, las corporaciones agazapadas pueden retomar los caminos de
la restauración. Como afirmaba José Martí, “Trincheras
de ideas valen más que trincheras de piedra. No
hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante
el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de
acorazados".
Una vez planteado
el sujeto social, el sujeto histórico y el sujeto de la transformación, resulta
necesario observar cuál es la alianza social que debe fortalecerse para llevar
adelante y consolidar el proyecto nacional, popular y latinoamericano. La
alianza social es entre los sectores de la producción y el trabajo, los cuales
comparten tener enfrente de sí al mismo actor que los excluye, los subordina y
los expolia: el capital financiero (en sus distintas fracciones global,
multinacional y grupos económicos-financieros locales concentrados). El
conjunto de los sectores de la producción y el trabajo comparten la necesidad
de reconstruir el entramado productivo nacional, fortalecer el mercado interno,
fortalecer el estado público, desarrollar las industrias estratégicas del
estado, construir un bloque de poder latinoamericano desde el cual consolidar
nuestra segunda y definitiva independencia, y edificar una nueva forma de
sociedad en donde reine la justicia social por fuera del capitalismo financiero
global.
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